Las reglas del engaño by Christopher Reich

Las reglas del engaño by Christopher Reich

autor:Christopher Reich [Reich, Christopher]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2008-06-30T16:00:00+00:00


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Goppenstein, a mil quinientos metros de altitud y con tres mil habitantes, estaba asentada en la bifurcación del valle Lötsch. Aquel pueblo no tenía reclamos históricos ni paisajísticos. Si era conocido por algo, sería porque constituía el extremo sur de un túnel de doce kilómetros y medio que atravesaba el Lötschberg y conectaba el cantón de Berna y, como tal, el norte de Suiza, con el cantón de Valais, al sur.

Construido en 1911, el túnel era una reliquia. Un solo tren podía atravesarlo cada vez. No había túnel de huida ni carcasa, como es habitual en las construcciones modernas. En cada extremo se ensanchaba lo suficiente para que pudieran caber dos vías, pero solamente durante los primeros mil metros. Sin embargo era una reliquia fundamental. El tren atravesaba cada día la montaña transportando más de dos mil coches, camiones y motocicletas.

Tras pagar la tarifa de veintiséis francos el Fantasma llevó su automóvil a la zona de espera. Habían señalizado los carriles en el asfalto y los habían numerado del uno al seis. Los dos primeros estaban llenos de un revoltijo de coches y camiones internacionales de dieciocho ruedas. Un hombre con chaleco reflectante de color naranja le indicó que se colocara en el tercer carril. El tren estaba al fondo del aparcamiento. En lugar de coches de pasajeros tenía plataformas con una marquesina larga y delgada de acero que les protegía contra los elementos. Una sucesión infinita se alargaba más allá de la estación, adentrándose en la oscuridad. Le recordó a una serpiente que sacara la cabeza de una cueva. Una serpiente enorme, oxidada y enredada.

Miró la hora. Faltaban nueve minutos para que saliera el tren.

El Fantasma vio por el espejo retrovisor cómo Ransom se incorporaba a su carril tres coches por detrás de él. Dio un ligero golpe en el volante con la mano. Todo estaba en orden.

Abrió la guantera, sacó la pistola, le puso un silenciador y la dejó en el asiento del copiloto. Se quitó el frasco que tenía al cuello. Recitó la oración despacio y con fervor, escuchando el sonido de tambores lejanos que sonaban en la selva. Fue frotando las balas con el veneno una tras otra. Seguro de que el alma de su víctima no podría seguirle en este mundo, el Fantasma terminó de cargar la pistola.

Esperó.



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